jueves, 18 de marzo de 2010

TAREA 2

GAYTÁN LÓPEZ LETICIA
18 de Marzo de 2010
Aprendiz de Antropología Física

La lectura de Ikram Antaki me condujo irremediablemente a recordar mis primeras experiencias como estudiante en la ENAH (Escuela Nacional de Antropología e Historia) más que recordar mi paso por la llamada educación básica, será porque en la ENAH fue donde me encontré con un verdadero reto como estudiante. Cuando por primera vez asistí a una clase de Antropología Física, ya como aprendiz de antropología, me pareció “curiosa” la manera de enseñanza de la institución, sentí que fomentaban el libre albedrío y que tomaban mucho en cuenta tu criterio acerca de cómo o que necesitabas para formarte como antropóloga. Eso a mis dieciocho años me pareció muy emocionante, ya que toda mi educación anterior había sido muy estricta por parte de mis profesores siempre indicándome lo que tenía que hacer, dejando a un lado cualquier clase de propuesta por parte del alumnado. Pasando el primer mes de clases, comencé a sentirme muy frustrada, el estar sin ninguna clase de exigencias, ni exámenes, me sentía sin “brújula” y las clases comenzaron a parecerme muy pesadas y me costaba mucho concentrarme. Esta de más comentar que fue durante el primer semestre de la licenciatura, que mis calificaciones fueron las más bajas de todo mi historial académico. Al obtener dichos resultados, lógicamente me sentí preocupada y desanimada, inclusive llegue a dudar de mi futuro como antropóloga, si me había costado tanto el primer semestre seguramente sucedería algo similar o peor con los subsecuentes. Decidí darme una oportunidad de entender el problema y encontrar el problema, ¿porqué me costaba tanto trabajo acostumbrarme a la técnica de enseñanza de la ENAH? Lo primero que se me ocurrió fue iniciar una observación minuciosa de algunos de mis profesores. En la ENAH hay profesores de todo tipo, algunos muy preparados que disfrutan y ejercen el protocolo de dar cátedra a nivel universitario, otros que además de ser excelentes profesores se preocupan por conocer y aprender de sus alumnos, de manera que en sus clases siempre las sillas están ocupadas porque captan la atención de sus alumnos. Pero también hay otra clase de profesores que poco o casi nada tienen que aportar al alumnado, que “a leguas” se ve que están ahí por otra cosa que no es precisamente la enseñanza de la antropología, por suerte esos “especimenes” no abundaban, por lo menos cuando yo asistía a la ENAH. Gracias a esta observación y de algunos días de pensarlo; pude discernir que en el aspecto en el cual yo estaba fallando era mi falta de liderazgo para conmigo, convertirme en mi principal educador y que los profesores, a pesar de ser elementales para mi preparación como aprendiz de antropóloga, no solo estaban para decirme que si y que no leer, cuantos reportes entregar o ponerme un diez o un siete en un examen, ellos estaban para mostrarme el camino, pero yo misma tenía que caminarlo para así obtener mi propia perspectiva y experiencia de lo que significa ser antropóloga. Todos los doce años anteriores de educación me habían programado solo para seguir indicaciones, y no me habían preparado del todo para educarme a mi misma. Aun algunos amigos que también cuentan con educación universitaria solamente están acostumbrados a seguir indicaciones, a diferencia mía nunca tuvieron oportunidad, de educarse a si mismos por lo menos durante un semestre. Es importante mencionar que no por eso su educación tienen menor merito, solamente deseo expresar mi punto de vista de la educación desde mi perspectiva muy particular. Una vez resuelta esa cuestión nuevamente me sentí entusiasmada de ser aprendiz de antropóloga y comencé a disfrutar mucho más que antes de las clases, no porque fueran muy “libres” sino porque me permitían y me alentaban a pensar, a analizar y a discutir libremente. Esa enseñanza es la que más valoro de mis años como estudiante en la ENAH.
.

No hay comentarios:

Publicar un comentario