jueves, 8 de abril de 2010

El sutil arte de detectar camelos

Comentarios sobre el capítulo 12 del libro El Mundo y sus demonios
de Carl Sagan

Breña Sánchez, Matilde

Abril 6, 2010


A lo largo de este capítulo Carl Sagan expone lo que son los ‘camelos’ y el letargo en que éstos han mantenido al ser humano. Se trata, según explica y para fines prácticos, de engaños; de artreros, planeados y en muchos casos evidentes engaños por los que se deja guiar el hombre como individuo o como comunidad por ser más fácil tomarlos por ciertos que aceptar “la realidad”.

En el gran grupo de camelos que describe incluye desde las falacias de la comercialización dentro de una sociedad consumista, los médiums que hacen creer en su capacidad de comunicarse con personas muertas o las creencias más personales, como las relacionadas con la religión y luego entonces propias del aspecto espiritual del ser. De esta manera el autor de un plumazo desacredita la historia completa del hombre -seguro que sólo le valga la pena la era moderna que parte con la revolución científica del siglo XVII-, pues junto con la religión, se pueden incluir (bajo sus planteamientos) gran parte del pensamiento filosófico que se ha desarrollado desde el siglo V a.e.c., y ni hablar de la historia del misticismo que aun cuando corre paralela a las religiones, se trata de un fenómeno de características particulares. Desacredita toda esta gama de fenómenos con comentarios como “La gente presta atención a esas fantasías pueriles sobre todo porque prometen algo parecido a la religión en otros tiempos...” o cuando él afirma “...es mejor la verdad por dura que sea que una fantasía consoladora”.

Para el pensamiento filosófico no existe “la verdad” o “la realidad” independiente a la mente del hombre, tales estarán siempre condicionadas por la veladura del individuo en particular. Ese filtro inevitablemente se forma al cabo de las experiencias, de la tradición cultural a la que se pertenece y del bagaje de conocimientos. Por ello no hay resultados científicos -ni perder el tiempo con otro tipo de resultados-, que se puedan considerar absolutamente objetivos, por más que se reproduzcan, se recurra al doble ciego, se sopesen y cuantifiquen. Así, Carl Sagan le hace honor a su comentario “… los humanos se comportan como humanos”, al creer, también él, sólo en aquello en lo que quiere creer y que le da sentido a su vida, que estructura su persona y lo identifica como individuo -pues como bien lo dijo aquel carpintero del siglo primero “No hay más ciego que el que no quiere ver”-.

La filosofía -también-, se ha dividido a grandes rasgos, en metafísica, epistemología, ética y lógica. De su estudio se han devenido otras divisiones. La primera de las mencionadas es la disciplina que trata de la esencia de la realidad total y entraña una concepción completa de la vida y del universo, es decir, trata de la naturaleza del ser en sí mismo, independientemente de sus diversas manifestaciones o fenómenos, curiosamente su creador fue Aristóteles (filósofo preocupado por los fenómenos del mundo concreto y natural). De esta manera la ciencia de la filosofía distingue los distintos aspectos de la vida, entre aquéllos del mundo contingente y aquéllos del ser u ontológicos, es decir, no pasa por un mismo tamiz dos aspectos distintos de la existencia como son el espiritual y el material. En cambio, a Carl Sagan esas distinciones le tienen sin cuidado y desde luego que sopesa con los mismos criterios de valor la poligrafía, la numerología, la quiromancia, la vida emocional de los geranios, la ouija, la crucifixión de Jesús, las predicciones de Nostradamus, la telepatía y cuantos ejemplos más menciona en las páginas 245 y 246 de su libro, con los que valora los resultados de sus experimentos científicos cuando éstos sí se tratan de fenómenos y materiales que se pueden medir, contar y pesar, es decir, mezcla peras con rinocerontes y, por qué no, cucarachas también y a todos los juzga bajo las mismas condiciones.

Efectivamente, vivimos en un mundo en el que continuamente se nos quiere hacer creer cosas, cargado de distintas ideologías, instituciones religiosas, asociaciones civiles, incesantes medios de comunicación e intereses comerciales, todos ellos buscando tener más adeptos para conservar los privilegios que hayan alcanzado sin importar su índole. De ahí la relevancia del sentido crítico, del estarse cuestionando continuamente, pues como el autor señala “cuando los gobiernos y las sociedades pierden la capacidad de pensar críticamente, los resultados pueden ser catastróficos”. Sin embargo, esa habilidad se desarrolla cuando se crece en un ambiente rico en manifestaciones culturales y en discusión intelectual, que no promueva los prejuicios sociales, pero sí la tolerancia y escucha atenta al otro, con la certeza de los valores y convicciones propias que pueden verse enriquecidos o diezmados, pero que gracias a ese sentido crítico es que se puede mantener una posición íntegra ante la vida. En este sentido cabe preguntar qué hacemos como miembros de nuestra sociedad para promover, no sólo en nosotros, esta cualidad del ser.

En relación al título del libro es una ironía la selección de la palabra demonios. Sin duda, el autor lo hizo en consideración a la acepción que deviene del cristianismo a partir del cual se les asocia con el mal, con los ángeles caídos que andan a la caza del ser humano; no obstante es un término utilizado ya por Platón para asignar al tercer elemento que hace posible el vínculo entre los dos opuestos, entre todos los pares posibles: la razón y los instintos, el alma y el cuerpo, el rey y el pueblo. Los demonios eran considerados seres semidivinos cuya especial tarea era el mediar la relación entre el dios y el hombre. Probablemente se hubiese replanteado la utilización de este término de haber estado consciente de ello.

No hay comentarios:

Publicar un comentario